Los incas ¿condenados a ser conquistados?
El ornitólogo e historiador Jared Diamond dedica el tercer capítulo de su best-seller Armas, Gérmenes y Acero a la “colisión de Cajamarca”, como él llama al encuentro entre Francisco Pizarro y el Inca Atahualpa en la ciudad andina.
Según el autor, Atahualpa y la civilización incaica estaban condenados de antemano a ser conquistados por los españoles, merced a una combinación de superioridades en varios terrenos: la posesión de conocimientos de armas de fuego (en contraposición con el conocimiento exclusivo de las armas blancas), la resistencia a enfermedades devastadoras como la viruela (en contraposición con la falta de inmunidad a estas) y el conocimiento del acero (en contraposición con el desconocimiento del metal y de sus aplicaciones). A esta ventajas Diamond añade otras, como el conocimiento de la escritura (en contraposición con la ignorancia de esta).
Para Diamond, quien ganara el Premio Pulitzer con este libro, el encuentro entre Atahualpa y Pizarro es emblemático del desigual choque cultural entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Y constituye uno de los ejemplos con que apuntala la tesis de su teoría, según la cual la historia siguió cursos diferentes para los grupos humanos que habitaban los diferentes continentes debido a ciertas ventajas en los entornos ambientales que ofrecían unos con respecto de otros. La conquista de las Américas por parte de Europa fue, para Diamond, simplemente la culminación de dos trayectorias históricas largas que ocurrieron por separado, y en cuyo encuentro los europeos no podían sino ganar y los incas no podían sino perder. No existía la posibilidad de un desenlace diferente.
No tengo los elementos para discutir esta tesis –que el autor defiende apelando a un impresionante arsenal de datos procedentes de múltiples disciplinas. Pero quiero señalar las notorias debilidades en su argumentación en lo que respecta al caso de “la colisión de Cajamarca”, que le sirve de base.
Para Diamond, el encuentro entre Atahualpa y Pizarro es representativo del enfrentamiento cultural entre el Viejo y el Nuevo Mundo pues ambos constituían lo más avanzado de sus universos respectivos. Atahualpa porque era el monarca absoluto del estado más extenso y avanzado del Nuevo Mundo, y Pizarro porque era el emisario del Rey más poderoso de Europa. “Atahualpa”, afirma el investigador, “era reverenciado por los incas como un inca-dios y ejercía absoluta autoridad en sus súbditos, que obedecían las órdenes que él daba desde su cautiverio”.
Esto no es cierto. En el momento de su captura, Atahualpa no era un Inca indiscutido, pues acababa de ganar la guerra contra Huáscar y grandes sectores del imperio aún no estaban bajo su férula. De hecho, si los españoles se vieron forzados a enviar diferentes expediciones al Cuzco y a Pachacamac fue por la extremada lentitud con que se recaudaba el oro para el rescate, por la generalizada reticencia a colaborar en la tarea.
Diamond señala además que Atahualpa “estaba rodeado en el momento de su captura de 80,000 guerreros, recientemente victoriosos de una guerra con otros indios”.
Esto también es falso. Atahualpa estaba rodeado en el momento de su captura no de un ejército sino de un enorme séquito de cortesanos desarmados. Esto lo señalan incluso las fuentes –bien elegidas- que el mismo Diamond cita en su recuento del encuentro entre el monarca inca y el conquistador español. En cuanto a los “victoriosos guerreros” a que alude, estos no estaban en Cajamarca sino repartidos entre las montañas de los alrededores de la ciudad –bajo el mando de Rumi Ñahui-, las tierras de Jauja –bajo el mando de Challco Chima-, o afincadas en el Cuzco –bajo el mando de Quizquiz. No se trataba pues de un enfrentamiento entre lo mejor que a nivel militar podían ofrecer las dos civilizaciones.
Para Diamond, la falta de inmunidad de los habitantes de Sudamérica ante los virus traídos por los españoles fue un factor de fundamental importancia para la conquista. El Inca Huayna Capac mismo, así como al príncipe heredero Ninan Cuyuchi, habían muerto víctima de la viruela. Si no hubiera sido por la epidemia, los españoles se hubieran enfrentado a un imperio unificado y no en plena guerra civil.
Esto es cierto solo en parte. Es innegable que las epidemias tuvieron un rol muy importante antes, durante y después de la llegada de los españoles. Pero cualquiera fuese la modalidad de la muerte del Inca reinante –por vejez, asesinato o simplemente enfermedad-, siempre había después de esta un periodo de incertidumbre en el imperio. Como, a diferencia de Europa, no había un patrón de sucesión establecido y cada hijo del Inca podía considerarse un digno aspirante a la borla real o mascapaicha, durante los años siguientes al fallecimiento del soberano y la ascensión del nuevo, los diferentes ayllus reales seguían complotando para deponerlo e imponer al candidato de su linaje. El nuevo Inca se pasaba pues los primeros años de su gobierno aplastando conspiraciones. Salir victorioso de estas lo confirmaba efectivamente como el mejor.
Para Diamond, como para muchos historiadores, la captura de Atahualpa fue decisiva para la conquista del Perú. “Aunque las armas superiores de los españoles”, dice el autor, “hubieran asegurado una victoria española de cualquier modo”.
Falso también. La captura del Inca fue importante pero no decisiva. El momento realmente clave para la conquista del Perú fue el fracaso en 1536 del doble cerco de Cuzco y de Lima –de casi un año, el primero; de algunos meses, el segundo- por Manco Inca y Quisu Yupanqui respectivamente. Y la razón fundamental de la ruptura de ambos cercos no fue solo la innegable valentía de los españoles que soportaron el sitio, sino el hecho de que los depósitos de comida se hubieran vaciado y los guerreros que sostenían el cerco –que peleaban sirviendo en su mita guerrera- tuvieran que regresar a sus tierras a sembrar. A ello debe añadirse la invalorable ayuda que recibieron de las tropas del noble incaico Paullu Inca, en el caso del Cuzco, y de la señora huaylas Contarhuacho, en el caso de Lima. Cuesta creerlo, pero en 1536 los españoles, a pesar de la superioridad de sus armas y la fortaleza de sus gérmenes, estuvieron a punto de ser exterminados –en Cuzco, Lima y Chile-, y lo único que los salvó fue que Paullu Inca y Contarhuacho hubieran considerado más conveniente para sus intereses apoyar a los españoles que al inca reinante Manco Inca.
En su libro “La destrucción del imperio de los incas”, el historiador Waldemar Espinoza desarrolla la tesis de que las profundas divisiones internas del Tahuantinsuyu fueron una de las razones fundamentales de su caída y que la principal virtud de Pizarro fue saber aprovecharse de esta desunión. Y se hace eco de una pregunta que muchos se han hecho a lo largo de la historia (y que curiosamente Diamond soslaya).
¿Cómo es que los araucanos –vencidos recién después de la independencia-, los chichimecas y otras tribus de cultura marginal no pudieron ser conquistadas, como las de Perú y México?
La conclusión a la que llega es la misma a la que habían llegado los cronistas Cieza y Acosta cuatro siglos antes: A pesar de su inferioridad tecnológica y militar, los araucanos y los chichimecas no fueron conquistados nunca por los españoles porque no habían formado señoríos. Según Espinoza, estas tribus no estaban acostumbradas a obedecer a reyes pues nunca habían estado sometidas a dominio extranjero. Y su carácter nómade les permitió resistir mucho mejor, pues si sus territorios eran invadidos, simplemente se mudaban a otros y seguían combatiendo.
Nosotros nos permitimos añadir otro factor que consideramos fundamental para explicar la facilidad de la conquista: el hecho de que los españoles, más allá del interés por el oro, que los dividía, tuvieran una sólida identidad común basada en la religión –no es casualidad que en los documentos del siglo XVI se refirieran a sí mismos no como españoles sino como cristianos- y de que los nobles incas en pugna carecieran de una que los unificara más allá de la defensa siempre presente de sus propios privilegios como elite dirigente.
En su trabajo “El azar en la historia y sus límites”, Basadre señala que los malos historiadores no intentan explicar por qué sucedieron los hechos de la manera en que sucedieron, sino por qué estos estaban determinados a ocurrir de esa manera y no de ninguna otra. Reivindica el rol del azar en la historia, señalando cómo, por factores vinculados a la suerte, en ciertos momentos la historia pudo haber tomado un rumbo completamente diferente e incluso opuesto al que tomó. Y se pregunta qué hubiera pasado si los españoles hubieran intentado su conquista en 1526, cuando Huayna Capac estaba vivo, y no en 1531.
¿Qué hubiera pasado, nos preguntamos nosotros, si en 1536 Paullu Inca y la señora Contarhuacho hubieran decidido que convenía más a sus intereses apoyar a Manco Inca que a los españoles? ¿Qué hubiera pasado si simplemente los hubieran dejado morir de hambre y sucumbir a sus cercos respectivos? ¿Qué hubiera pasado si Manco Inca y Quisu Yupanqui hubieran tenido éxito y hubieran exterminado a las tropas de Pizarro, Almagro y Benalcázar, así como a todo español que se hubieran encontrado en el camino?
Una nueva generación de conquistadores no habría tardado en venir y los habría doblegado de nuevo, diría posiblemente Diamond. Pero ¿qué hubiera pasado si estos incas hubieran exterminado a los españoles pero hubieran conservado sus caballos, sus espadas y sus mosquetes? ¿Qué hubiera pasado si la nueva camada de conquistadores españoles hubieran encontrado a los incas –no olvidemos que una principal virtud de estos era saber aprender de lo ajeno y asimilarlo- ya familiarizados con la espada y las armas de fuego, ya acostumbrados a montar caballo, ya relativamente inmunizados contra los virus que habían diezmado a la generación anterior?
No podemos dejar de imaginar un presente alternativo –futuro de una posibilidad o una combinación de posibilidades que pudo actualizarse entre las muchas de ese momento- en el que este texto, escrito en aymara o quechua, estaría destinado a explicar la inevitable victoria incaica sobre los españoles. Porque, querámoslo o no, será siempre el vencedor el que escriba la historia y no el vencido. Y tratará por todos los medios de justificar por qué lo fue.
NOTAS: el subrayado es nuestro.
IMPORTANTES DATOS HISTÓRICOS A TENER EN CUENTA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario